Torres: la familia y la tierra
Entrevista Miguel A. Torres, Presidente Familia Torres
En el hall de recepciones de la sede de Torres en Vilafranca, numerosos diplomas y premios atestiguan el éxito que ha distinguido a la familia de viticultores y a la empresa en las últimas décadas. Con el presidente Miguel A. Torres, repaso la historia de la empresa familiar sin perder de vista la crisis climática actual.
Dicen: Dios creó el agua, el hombre el vino. Háblanos de la relación de la familia Torres con el vino.
Se rie. Es una relación muy antigua. Sabemos de que es del siglo XVII XVI. La familia eran modestos viticultores en el Penedés cerca del pueblo Sant Pere de Molanta. La viña iba pasando de generación a generación, siempre al mayor. Los otros tenían que hacerse curas o ir al ejército. El hermano de mi bisabuelo, Jaime Torres, decidió de ir a Cuba donde trabajó varios años. Llego solo con la ropa puesta. No tenía nada de nada. Dormía debajo del mostrador de la tienda de ultramarinos donde trabajaba. Ahorraba todo el dinero que recibía. Al cabo de unos años tenía un dinerito y vio que en la Habana hacía falta petróleo para el alumbrado de las casas. Se le ocurrió poner en un sobre dinero que lo enviaba a Nueva York, a una compañía de petróleos. Los americanos le tomaron en serio y como había ya enviado el dinero, le enviaban el petróleo. En poco tiempo tenía casi en exclusiva la distribución del petróleo de la ciudad y ganó mucho dinero. Al cabo de unos años, en 1870, vuelve a Vilafranca para convencer a su hermano Miguel – mi bisabuelo- para de abrir una bodega para y enviar vino a Cuba. Entonces los dos fundaron esta bodega. Todavía conservamos algunas tinas de la época. Empiezan a enviar su vino en granel en tinas de 140 litros a Habana.
Mi abuelo empezó a destilar vinos para hacer brandy.
El paso siguiente es mi padre. Pasó la guerra con la República y sufrió de la guerra civil. Era farmacéutico haciendo vacunas para un regimiento de caballería. Al acabar la guerra le ponían en un campo de concentración. Era horrible, pero tuvo la suerte que un primo hermano, coronel con la aviación de Franco, pude ayudarle a salir de este campo de concentración. Al llegar a Vilafranca veía que las bodegas eran destruidas. Poco antes de acabar la guerra la aviación alemana vino a bombardear la estación de Vilafranca por los trenes con municiones. En la bodega cayeron dos bombas. Mi padre tuvo la resiliencia y el coraje de levantarlo todo otra vez. Pero primero fue con mi madre a Cuba para confirmar que los clientes todavía iban a comprar. Conservamos el telegrama que envió: “Resuelto continuidad servicio de nuestros vinos. Primer importante pedio garantizado. Activen obra reconstrucción bodega.” Fue también a Nueva York, donde se les dijo que no querían vino a granel, sino vino en botellas como se hacía en Francia. Entonces empezó a embotellar vinos que se pueden ver en nuestro museo. Fue el inicio. Mi padre seleccionó los mejores vinos de la zona, se los mezcla y se embotella. Mi padre viajó en todo el mundo para introducir la marca.
En 150 años, ¿cuáles fueron los mejores momentos? ¿Cuáles fueron los peores? ¿Por qué?
Mi padre tenía una fuerza extraordinaria de remontar el negocio después de todo los que había vivido. Y a mi me envió a estudiar en Dijon en Francia en los años sesenta. Para mí una idea genial: salir de casa, ir a Francia un país más libre que España bajo la dictadura. Me gustó mucho y entendí que tenía una pasión por el vino probando los grandes vinos de la Borgoña. Cuando volví, mi padre me daba carta blanca con todo lo que se dice hoy “upgrade”, es decir mejorar la calidad del vino. Empezamos a comprar uvas blancas y tintas de la zona e instalamos una estación de fermentación. Compramos tinas de robles como se hacía en todas partes. Subimos el nivel. En los setenta compramos tierra por toda Cataluña. Era importante por que un vino de máximo nivel necesita buenas viñas. Mi padre siempre estaba de acuerdo, salvo una vez en la crisis económica de los años 70 cuando yo quería comprar las tierras del castillo de Milmanda cerca de Poblet que eran buenas para el Chardonnay. Y se opuso. Hablé con el propietario y le me ofreció un pacto de comprarlo a 5 años. Lo acepté y pude comprar con un crédito esta tierra. Hemos creado uno de los mejores vinos blancos de España. Así comprando tierra llegamos a hacer muy buenos vinos como Mas Plana o Fransola.
Después ha venido la etapa de la comercialización. En este momento nos llegó la mejor noticia. En el año 79 nos llaman de Paris. A la sorpresa de todos, nuestro vino Cabernet Sauvignon Mas La Plana (DO Penedès) se impuso en las Olimpiadas del Vino de París de este año. Ha sido todo un éxito. Desde todo el mundo nos llegaron felicitaciones y pedidos. Así demostramos que habíamos llegado donde queríamos llegar.
Pero en este momento empezaba a jugar un papel importante mi esposa Waltraud. La había conocido en los años 60 en Sitges donde pasaba vacaciones con su familia. Salimos quince días y me enamoré. Una cosa muy grande, tan grande que cuando se marchó, dos semanas más tarde yo estaba en Frankfurt. Entonces empezamos la relación y ha sido fantástica. Cuando mi padre decidió trabajar más en la exportación, Alemania no podíamos porque en casa nadie hablaba alemán, salvo mi madre. Encargamos a mi mujer de ir a una feria en Alemania y lo hizo muy bien. Consiguió que importaron en seguida. Ella llevó el mercado alemán durante más 20 años.
Llevan casi 40 años practicando una viticultura sostenible. ¿Cuáles son sus resultados?
Hace muchos años empezamos con la viticultura ecológica. Es el compromiso de no usar productos químicos en la viña. Todas nuestras viñas en Catalunya ya son ecológicas. Otro aspecto es la viticultura regenerativa, es decir, haces el mínimo de labranza, dejas que crecen las plantas. Hay que tener la precaución de segarlas o doblarlas con un rodillo antes del verano para que no te quiten el agua. Las raíces de estas hierbas permiten almacenar una parte del CO2 atmosférico en la tierra. Así venimos a lo más importante. Es la amenaza del cambio climático que es gravísimo para la viña.
En el siglo XIX teníamos la plaga de la filoxera. Se pudo arreglar con cepas americanas que coexistían con la filoxera y en las cuales se injertaban cepas europeas de mejor calidad. Frente al cambio climático no tenemos solución. Hemos creado en 2008 la iniciativa “Torres and Earth”. Primer aspecto es la adaptación al clima, no podemos cambiarlo. Desde el 2010 buscamos tierras en regiones más frías para poder mantener la calidad. La cepa Riesling que hacíamos aquí en el Penedés está ahora en 1000 metros de altura. Tenemos tierras más allá en Huesca que hoy en día todavía son demasiadas frías, pero que tenemos para el futuro.
Otro aspecto es la reducción de emisiones con placas fotovoltaicas y la biomasa. Este año ya cubrimos con ello el 50% de la energía. También hacemos un esfuerzo investigador para ir más allá. Intentamos capturar el gas carbónico de la fermentación. En 2022 ya hemos capturado unas 30 toneladas que nos sirve para ponerlo en la parte alta de las tinas para evitar la oxidación. Ya no lo dejamos escapar en la atmosfera y no tenemos que comprarlo a la industria química.
¿Conoce a otros viticultores que hagan lo mismo?
Sí, queremos influenciar a terceras otras empresas hispánicas e internacionales. En 2019 se creó la International Wineries for Climate Action donde unas 80 bodegas siguen un protocolo muy estricto de reducción de emisiones con el compromiso de llegar en el 2050 a cero emisiones netas. Por cierto, me parece no hay ninguna alemana.
Algunos científicos y estudiosos están muy preocupados por la enorme explotación de la tierra. ¿Comparte usted esta preocupación?
Sí. Pienso que somos unos depredadores increíbles. Somos una calamidad para la tierra. El ecologista inglés James Lovelock decía que la tierra Gaia siempre ha hecho un esfuerzo para mantener la vida. En los últimos 100 años el hombre, el homo sapiens, ha roto este equilibrio.
Volvemos al vino. ¿Qué hace que un vino sea excelente?
La excelencia se consigue con muchos años de experimentación, se necesita una tierra absolutamente adecuada para la cepa y un microclima que convenga. Muchas veces nos hemos equivocado hasta encontrar la excelencia.
¿Quién decide que un vino es bueno?
Cada martes por la mañana hay las catas de vino. Estamos allí 3 o 4 horas, mis hijos Mireia y Miguel, yo y los técnicos. Van pasando los enólogos que nos traen vinos. Lo probamos a ciegas. Si hay un gran vino probamos 4 vinos de los cuales al menos dos de Benchmark de Italia o Francia, para comparar. Luego se comenta y se decide por mayoría que vinos ganan.
¿Qué lugar ocupa el vino español en el panorama internacional?
Creo que hay mucho por hacer. Es bastante alarmante. Cada año Italia y Francia ganan posiciones de mercado frente a España. España sigue siendo un exportador de vino a granel que se mesclan con otros vinos europeos. Lo que nos perjudica mucho, es que no tenemos restaurantes españoles en las grandes ciudades. Queremos convencer los chefs españoles que vayan abrir restaurantes en otros países. Tenemos un gran potencial, pero no hemos podido exportarlo.
Los viticultores dicen que la tierra les habla. ¿Le habla también a usted y, en caso afirmativo, qué le dice?
“¡Estoy harta!” No puede ser. Tenemos una sequía brutal desde octubre. Han llovido muy pocos litros que solo mojan la capa de arriba no llegan más abajo. Nos preparamos a una reducción de la cosecha de unos 50%. Mi consejo para vuestros lectores es: que compren vino ya que van a subir los precios.
El vino también es un arte. Usted tiene una artista a su lado. ¿Qué ha aportado ella al arte del vino?
Es una suerte de tener Waltraud en casa. Siempre ella nos ayudó mucho a escoger el diseño de las etiquetas. Cuando tenemos una obra grande en la bodega, como la bodega Waltraud, ella está comprometida. Es una gran artista que ahora tiene una exposición en Vilafranca en la capilla de Sant Joan.
Las etiquetas también son un arte. ¿Cuál es la mejor etiqueta para usted? ¿Su esposa diseña etiquetas?
Ella diseñó personalmente la etiqueta para el vino que lleva su nombre. Además, en una época buscó los diseñadores que nos hacían las etiquetas. La etiqueta que más me gusta es la de Mas la Plana, lo ha hecho ella con un diseñador.
Además del vino, ¿qué aficiones o hobbies tiene?
Soy un gran lector, sobre todo me interesa al cambio climático para estar al día. Me gustan mucho los idiomas. Pero no hago caso a mi mujer que siempre me dice que tengo que mejorar mi alemán, que lo tengo regular. En vez de esto estudio chino, japones y ruso que me sirve cuando voy a estos países para hacer un pequeño discurso. Y la guitarra, me gusta tocar la guitarra. La música es importante.
Sr. Torres muchas gracias por la entrevista.
Ina Laiadhi, Redactora jefa revista Taschenspiegel, Marzo 2023
Infos
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Schlagwörter: Interviews, Kultur